Opinión: Rina Artieda
Durante muchos años Lucía ha liderado equipos de trabajo multidisciplinarios que comulgan las labores de oficina con las de territorio. Todo bien hasta que la pandemia produjo un cambio en su rutina laboral y en su vida. Una dura prueba para una mujer acostumbrada a horarios establecidos para cuidar a su hija, atender a sus padres, resolver temas de la casa y por supuesto, supervisar a su equipo de trabajo. Sin embargo, logró adaptarse. ¿Cómo lo hizo?
Mirar en 360 grados
La capacidad de observación y sensibilidad de Lucía le permitieron comprender que hasta los detalles más “simples” de la vida de sus compañeros, y de ella misma, eran como las piezas de un reloj: precisos, adecuados, calibrados, necesarios. Entre esas cosas simples estaban la adaptación a la nueva realidad, la inevitable amalgama entre la vida laboral y familiar, la indispensable comunicación, el uso y adaptación a la tecnología, el análisis y reasignación de las funciones, la provisión de recursos, el monitoreo de cumplimientos y de forma transversal, una tarea vital: enfrentar la amenaza del miedo a través de fortalecer el equilibrio emocional de los integrantes de su entorno.
Remozar paradigmas
Lo primero que hizo Lucía fue recurrir a una herramienta muy conocida y potente frente a una situación de cambio: identificar ventajas y desventajas del contexto. La tarea era potenciarlas y/o transformarlas para despejar las brumas, afianzar los valores que guían al equipo hacia la meta y, caminar juntos hacia ese cometido. Para ello determinó ocho competencias clave que permitan enfrentar la incertidumbre en equipo.
Empatía. Frente a la certeza de que, las operaciones a distancia funcionan a partir de la sensibilidad y comprensión del otro, la ausencia física resulta determinante para potenciar la capacidad de ponerse en los zapatos del otro.
Autonomía. Ponerse a prueba para superar la necesidad de la supervisión tan común en entornos presenciales versus la convicción de hacer el trabajo por convicción, enfoque más adecuado para el trabajo remoto.
Comunicación. Alentada por la empatía y comprensión de las diversas realidades de los demás; así como, de los propios procesos individuales de adaptación al nuevo entorno virtual. De cierta forma hay que compensar las necesidades de la comunicación verbal tradicionalmente enriquecida por la presencia física.
Empoderamiento. De manera que fortalezca el compromiso personal en favor de los objetivos y metas planteados por el equipo, para contribuir a la optimización de los recursos como el tiempo y el talento individual y del equipo.
Flexibilidad. Sensibilizarse con las realidades de cada uno de los miembros del equipo de trabajo de manera que se facilite un equilibrio armónico y respetuoso entre la vida laboral y personal.
Fortaleza. Para vencer el miedo a lo desconocido, asumiendo al trabajo a distancia como otra oportunidad de crecimiento, así como sostener buenos niveles de productividad.
Longanimidad (resiliencia) indispensable para conocer y asumir la nueva realidad y adaptarse a ella.
Motivación indispensable en un entorno adverso que favorece la depresión y la baja del rendimiento. Con un agravante, hoy, trasciende los límites físicos de la empresa para introducirse en el entorno familiar: de ahí que, un liderazgo efectivo se enfoque y alterne su preocupación ante cualquier síntoma que permita identificar esta patología del trabajo remoto.
Puede ser que lo propuesto abrume por todo lo que implica, sin embargo, lo más seguro es que en cierto sentido, forzados por las circunstancias, algo de esto ya se esté aplicando en el entorno laboral a distancia. Eso sí, es importante lograr que la inteligencia emocional sea la permanente invitada a la mesa del líder pues le corresponde administrar de forma eficiente, eficaz y efectiva, al principal activo social de la empresa: la confianza, el compromiso y la estabilidad emocional de su gente.
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